LA LUCHA POR LA
VIDA
El hombre siempre ha tenido que luchar contra la
naturaleza y sus elementos. Al principio esto parecía heroico y hasta titánico,
debido a la debilidad de una especie que aún no contaba con las herramientas
adecuadas y debía arreglárselas únicamente con la ayuda de su ingenio. Pero a
medida que fue desarrollando las técnicas e instrumentos especialmente
diseñados para facilitar la tarea de conquistar el medio, aquella lucha pasó a
ser un simple trámite. Él era ahora omnipotente y podía tomar todo lo que
quisiera, con las escasas limitaciones impuestas por los costos de producción y
una que otra resistencia garabateada en alguna ley gubernamental. La Tierra
había perdido la batalla quedando a entera merced de la codicia humana. El
siglo XX será recordado como la funesta centuria de la claudicación planetaria.
En esta guerra sin sentido, no queda más que rescatar una pequeña porción del
botín, que los mercenarios de grises trajes reclaman. Todo es saqueable, nada
se escapa a la ola devastadora de destrucción y muerte. En este trámite, todos
exigen su tajada. Algunos, más violentos que otros, llegan y toman sin dar
explicaciones. Otros, más civilizados, deben aparentar una mayor cordura e
inventan mecanismos más sutiles que bautizan bajo fórmulas más convincentes
como “desarrollo sustentable” o “conservación y manejo”. Todo, sin embargo,
llega a lo mismo, porque ¿cómo puede haber
manejo sustentable con un bosque de alerces de dos mil años? ó ¿Cómo puede hacerse una “explotación
racional” de ballenas en peligro de extinción?
¿Qué
buscamos?, ¿Cuál es nuestro destino? ¿Es correcta la senda que seguimos?,
¿Somos eternos?, ¿Lograremos superar nuestras debilidades y corregir a tiempo
nuestros errores?, ¿Nos olvidaremos por completo, a fuerza de nuestra vanidad,
de que existe un ser único y supremo? Estas son preguntas que muchos nos
hacemos, aún a riesgo de aparecer como locos ante la complaciente sonrisa de la
humanidad.
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