sábado, 9 de abril de 2016

EL TIEMPO DE LA SOLEDAD





         En algún momento debimos escoger entre lo que era semejante a nosotros y lo nuevo, extraño y  ajeno. Optamos por renegar de nuestros ancestrales parientes, a los que consideramos inferiores a pesar de ser ramas de un tronco común, en el remoto origen de la vida. De a poco nos fuimos aferrando  a este nuevo orden, cautivante por cierto, pero de  naturaleza distante y muy diferente a la nuestra. De pronto nos vimos entre calles, edificios, vehículos y maquinarias de toda índole, sintiéndonos amos de este nuevo y fascinante mundo. El encanto, sin embargo, duró poco y no tardó en transformarse en un profundo sentimiento de incomodidad y luego de desengaño.

Las más básicas de nuestras necesidades, como el comer, debían ahora ser satisfechas con esos elementos extraños e indefinidos, en forma de cajas, latas y polietileno. Ya era demasiado tarde para volver al origen, al seno materno el cual nos resultó entonces igual de ajeno. ¿Cómo volver al frío, al trabajo duro de la tierra o a la inseguridad del bosque? Así nos quedamos solos en el comienzo del tiempo de la soledad. En un mundo superpoblado, sin barreras de comunicación y sin distancias, esta inmensa soledad aparece como una situación paradójica.

 Únicamente entendiendo la poderosa dependencia que el hombre tiene con los demás seres, se podrá llegar a comprender este fenómeno tan sórdido como actual. El hombre está hecho para vivir en compañía, en comunicación con lo que le rodea. Si aquello no existe, estará total e irremediablemente desubicado de su realidad y todo sentido de su existencia se perderá y entonces se sentirá derrotado y desamparado, con una inconsolable sensación de soledad, aún en medio de toda la vasta e infinita Creación.

         En este cansancio del alma, como podríamos llamarlo, se pierde hasta la noción de sí mismo, es decir del semejante. El hombre se siente tan solo que ya no se identifica ni con su propia especie, que se le aparece tan distante e inasequible como todo lo demás. Se va creando de esta manera, el germen de las grandes injusticias en formas tan variadas como el desprecio, la intolerancia, el egoísmo, el racismo y el genocidio. Ya no es solamente el hombre contra la Naturaleza, sino que contra todas las formas, mundos y existencias.

         Entre las múltiples consecuencias de ese vacío se destaca un agudo sentimiento de temporalidad e inmediatez. Ante la falta de salidas a su crisis de existencia se encierra en un presente cada vez más estrecho, en donde sólo el momento, lo inmediato vale la pena de esta vida. Es en este escenario, en donde el placer de lo fácil parece ser lo más cuerdo y en donde lo planeado, duradero y eterno ya no tienen sentido.

Es así como la lenta y tediosa obra de la Naturaleza ya no encuentra simpatizantes, en un mundo que demanda cambios cada vez más rápidos, fáciles y temporales. En la práctica esto se traduce en que se van perdiendo las razones para, por ejemplo, defender la permanencia de un bosque de cientos de años, importando únicamente el provecho que hoy se le pueda sacar, total el mañana es algo incierto, desde el momento que perdimos el camino para buscarlo.

 



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