EL TIEMPO DE LA
SOLEDAD
En algún momento debimos escoger entre lo que era semejante
a nosotros y lo nuevo, extraño y ajeno.
Optamos por renegar de nuestros ancestrales parientes, a los que consideramos
inferiores a pesar de ser ramas de un tronco común, en el remoto origen de la
vida. De a poco nos fuimos aferrando a
este nuevo orden, cautivante por cierto, pero de naturaleza distante y muy diferente a la
nuestra. De pronto nos vimos entre calles, edificios, vehículos y maquinarias
de toda índole, sintiéndonos amos de este nuevo y fascinante mundo. El encanto,
sin embargo, duró poco y no tardó en transformarse en un profundo sentimiento
de incomodidad y luego de desengaño.
Las más
básicas de nuestras necesidades, como el comer, debían ahora ser satisfechas
con esos elementos extraños e indefinidos, en forma de cajas, latas y
polietileno. Ya era demasiado tarde para volver al origen, al seno materno el
cual nos resultó entonces igual de ajeno. ¿Cómo volver al frío, al trabajo duro
de la tierra o a la inseguridad del bosque? Así nos quedamos solos en el
comienzo del tiempo de la soledad. En un mundo superpoblado, sin barreras de
comunicación y sin distancias, esta inmensa soledad aparece como una situación
paradójica.
Únicamente entendiendo la poderosa dependencia
que el hombre tiene con los demás seres, se podrá llegar a comprender este
fenómeno tan sórdido como actual. El hombre está hecho para vivir en compañía,
en comunicación con lo que le rodea. Si aquello no existe, estará total e
irremediablemente desubicado de su realidad y todo sentido de su existencia se
perderá y entonces se sentirá derrotado y desamparado, con una inconsolable
sensación de soledad, aún en medio de toda la vasta e infinita Creación.
En
este cansancio del alma, como podríamos llamarlo, se pierde hasta la noción de
sí mismo, es decir del semejante. El hombre se siente tan solo que ya no se
identifica ni con su propia especie, que se le aparece tan distante e
inasequible como todo lo demás. Se va creando de esta manera, el germen de las
grandes injusticias en formas tan variadas como el desprecio, la intolerancia,
el egoísmo, el racismo y el genocidio. Ya no es solamente el hombre contra la
Naturaleza, sino que contra todas las formas, mundos y existencias.
Entre
las múltiples consecuencias de ese vacío se destaca un agudo sentimiento de
temporalidad e inmediatez. Ante la falta de salidas a su crisis de existencia
se encierra en un presente cada vez más estrecho, en donde sólo el momento, lo
inmediato vale la pena de esta vida. Es en este escenario, en donde el placer
de lo fácil parece ser lo más cuerdo y en donde lo planeado, duradero y eterno
ya no tienen sentido.
Es así como
la lenta y tediosa obra de la Naturaleza ya no encuentra simpatizantes, en un
mundo que demanda cambios cada vez más rápidos, fáciles y temporales. En la
práctica esto se traduce en que se van perdiendo las razones para, por ejemplo,
defender la permanencia de un bosque de cientos de años, importando únicamente
el provecho que hoy se le pueda sacar, total el mañana es algo incierto, desde
el momento que perdimos el camino para buscarlo.
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