miércoles, 23 de marzo de 2016



Pareciera que en este mundo ya no hay espacio más que para el Hombre. La civilización se expande vertiginosamente, construyendo ciudades de inmensurables dimensiones y destruyendo toda la fisonomía natural del planeta. Los verdes valles, los cerros y los bosques van cediendo su legítimo lugar a las frías cárceles de cemento.  El aire es reemplazado por smog, las praderas por basurales y los ríos por cloacas. El humano todo lo manipula y transforma, creyéndose un nuevo dios que puede usufructuar a su entera voluntad de todo lo que él no ha creado. El resultado es siempre el mismo: la destrucción irreparable del planeta.

            El ser humano ya no es el mismo, de rey de la naturaleza pasó a ser su destructor y su más peligroso enemigo. El Homo sapiens evolucionó, en menos de dos mil años, hacia el Homo idiotus, una especie por  sí misma condenada.

Es como si a esta nueva especie, nada de lo natural le sirviera sino que más bien le molestara. Su nueva conciencia le establece un patrón de conducta orientada definitivamente hacia la destrucción de la Naturaleza,  único camino hacia la liberación de su alma, según él arbitrariamente esclavizada por la Tierra, a la que ya no cree pertenecer.

            El nuevo orden del nuevo siglo ya está entre nosotros. Todo debe ser reemplazado, borrando de nuestras mentes cualquier testimonio de un pasado oscuro y primitivo. La historia debe abolirse pues está obsoleta. La nueva realidad es la virtual. Las tablas de la ley deben ser reemplazadas por las aleaciones lógicas de los microchips y las leyes naturales por la manipulación genética, la moral por la conveniencia científica y la verdad por las imágenes recreadas en un programa a elección.

            La población crece y al haber alcanzado los miles de millones de habitantes ya nada importa, solo el Hombre. Pronto,  el mismo tendrá un valor relativo y meramente estadístico. Nuestra especie no ha sabido ponerse a su propia altura, a riesgo de transformarse de conquistadora de la tierra en la más dañina de sus plagas.

            La humanidad ya no es dueña de su destino, ha sido superada por su ambición y conocimiento. La tecnología, el crecimiento económico y la comunicación de masas son los nuevos amos, tan tiranos y despiadados como las temidas guerras ideológicas o atómicas. Mientras más buscamos la libertad, más prisioneros nos hacemos de aquellas herramientas que creamos para alcanzarla. Al querer ser totalmente autosuficientes chocamos una y otra vez con la realidad de un Universo interdependiente en el cual todo parece haber sido creado para vivir en armonía. Por  jugar a ser Dios nos alejamos cada vez más de Él y de su maravillosa e inimitable obra.

            Lo  esencial del género humano se diluye en el tiempo y la ilusión. Hasta el más elemental instinto de supervivencia ha sido superado, dando paso a un estado de fatalidad y vacío existencial. Nos resistimos a reconocer nuestra propia catástrofe. La muerte se pasea por el mundo disfrazada de hambruna, desechos radiactivos y pandemias, ante la gran indiferencia del ganado humano que solo atina a pastar en el bien fertilizado campo del consumismo. Cada día son más escasos aquellos desadaptados que conservan alguna capacidad de asombro y menos aún los que luchan intentando ser profetas en su tierra. Un puñado de ilusos que todavía pretenden mostrar las futuras consecuencias a un mundo que sobrevive a duras penas, en un presente demasiado agobiante y complejo. En el esclavizado día a día el mañana siempre puede esperar. Ya casi se han extinguido aquellos que de alguna manera vislumbran la necesidad de legar a las futuras generaciones un lugar para vivir, por lo menos igual al que a nosotros nos dejaron, cosa que por lo demás, es instinto de hasta la más insignificante de las criaturas. Desgraciadamente, como lo demuestra la historia, aquellas personas de mejores intenciones son generalmente las que cuentan con el menor poder para dictar el curso de las cosas. Los pueblos indígenas pueden dar testimonio de esto.


            Vamos dejando atrás las cosas simples y bellas, en un viaje a través del tiempo que no tiene boleto de regreso. La sombra y el olor de los árboles, el sonido del río chocando contra las rocas, el silencio profundo de la noche, la vasta soledad del desierto, la gratuita compañía de las aves, la suave caricia de la tierra. ¿Quién las conoce?,  ¿A quién le importan? El Hombre ya no es el hombre de la tierra, es ahora el Homo faber, que encuentra en su nuevo hábitat el refugio más seguro  a su decepción y escepticismo. Es en su cuarto cerrado, en el veloz espacio de su automóvil, en la estrechez de su oficina y en el bien ordenado pasillo del supermercado en donde se desarrolla ahora su lucha por la vida y su degenerada evolución hacia otra forma de existencia que aún nadie puede siquiera imaginar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario